¡Hola! Seiiti Arata. Quizá tengas muchas ganas de conseguir un objetivo. Quizá te pases horas soñando sobre lo bien que estaría alcanzar una meta. Y es contigo con quien quiero hablar hoy. Deja de soñar. Deja de querer cosas. Lo que quieres no importa. Lo que va a conseguirte resultados en la vida es otra cosa. Lo importante es lo que haces.
Si te has puesto metas y no has conseguido alcanzar tus objetivos, hay un pequeño cambio que puedes hacer que va a aumentar mucho las posibilidades de cumplir tus metas.
Este cambio es cambiar el querer por el hacer. Es cambiar lo que no está a tu alcance por lo que realmente puedes controlar.
Un cambio sutil, pero que puede tener un gran impacto en tu vida.

El querer está a un nivel muy abstracto y fuera de tu alcance.
La mayor parte de la gente, cuando se va a establecer una meta, casi siempre se limita a razonar en el nivel abstracto del querer. Por ejemplo: Quiero adelgazar diez kilos en dos meses. Quiero conseguir un trabajo nuevo en noventa días.
El problema es que ese querer no depende sólo de ti. Puedes incluso cambiar el verbo “querer” por el verbo “ir”: voy a adelgazar, voy a tener un nuevo trabajo. Sin embargo, no está claro lo que vas a hacer exactamente. Por más que te esfuerces, nada garantiza que tu cuerpo vaya a quemar esos diez kilos en dos meses. Por más que eches currículums, puede que ninguna empresa nueva te contrate.
El querer suele fallar porque es demasiado abstracto y no está bajo nuestro control. Aunque hayas dado tu máximo, ese resultado puede no llegar y puedes acabar frustrándote.
Por eso, una actitud inteligente es sustituir querer por hacer.
Hacer es centrarse en lo que puedes controlar.
En primer lugar, vas a utilizar el poder motivacional del querer para definir qué vas a llevar a cabo, qué vas a hacer. Ese es el hacer. El hacer no es quedarse pensando en el objetivo final que queremos conseguir. El hacer está, por encima de todo, dirigido a la acción específica que debes realizar.
Por ejemplo, en vez de querer perder diez kilos en dos meses, vas a hacer una serie de actividades. Como consultar a un nutricionista de confianza, dejar de comprar los alimentos que te hacen engordar. Vas a cambiar tus comidas.

Seguir este plan alimenticio es algo que está bajo tu control. Depende esencialmente de ti. Si comes lo que está escrito en el plan, habrás cumplido la meta de ese día.
Esto no garantiza que vayas a perder diez kilos en dos meses. Puede ser que sí, pero ese resultado depende de una serie de factores que no están bajo tu control, ya que engordar o adelgazar es multifactorial, es decir, depende de muchos factores.
Lo mismo para las demás metas. No puedes garantizar que vayas a conseguir un nuevo trabajo, pero puedes ponerte como meta contactar con una nueva empresa todos los días.
El “querer” forma parte de un grupo de metas de resultado. La meta de resultado es conceptual y ayuda a aclarar tu visión. Y para que esa visión se transforme en realidad, es necesario llevar a cabo una serie de procedimientos que llamamos metas de proceso. Este es el “hacer” que necesitas.
Las metas de proceso tienen que ser objetivas.
Se conoce bien la idea de que las metas de resultado tienen que cumplir los cinco criterios Smart. Tienen que ser específicas, medibles, alcanzables, relevantes y con un plazo definido.
Esos criterios tienen éxito sencillamente porque funcionan de verdad. Y de la misma forma en la que funcionan para las metas de resultado, también funcionan para las metas de proceso, que es lo que llamamos “hacer”.
No puedes sencillamente establecerte como meta algo genérico como “voy a comer bien, voy a estudiar todos los días o voy a mandar muchos currículums”.
Incluso las metas de proceso necesitan ser más detalladas. ¿Qué alimentos vas a comer? ¿Cuánto vas a comer? ¿Esa cantidad es por día, por porción, por semana? ¿Es alcanzable? ¿Es relevante?
Puedes hacer esto con prácticamente cualquier objetivo. Puedes definir que vas a estudiar cierta materia durante cuatro horas al día, después de llegar del trabajoa, para prepararte para el examen. Puedes establecer que vas a llamar personalmente a una empresa de tu sector cada día laborable, ofreciéndote a enviarles tu currículum y hacer una entrevista.
Cuanto más específico seas en tus metas de proceso, más posibilidades tendrás de éxito.

Un caso clásico de metas de resultado que suelen tener un índice de logro muy pequeño es el caso de los propósitos de año nuevo.
El sentimiento de renovación que viene junto a la llegada de un nuevo año siempre nos trae la emoción de ponernos metas arriesgadas. Pero esas metas acaban casi siempre recayendo en cosas que no están bajo nuestro control. Decimos que vamos a adelgazar que vamos a cambiar de empleo, a encontrar un gran amor o cualquier otra cosa que, en realidad, no depende sólo de nuestros esfuerzos.
Puedes hacerlo de forma diferente esta vez. Para hacerlo, me gustaría invitarte a ver una clase especial del curso Nuevo Año Nuevo, accediendo a este link.